miércoles, 1 de julio de 2009

El barón narrante

En resumen, le había entrado esa manía de quien cuenta historias y nunca sabe si son más hermosas las que ocurrieron de verdad, y que al evocarlas traen consigo todo un mar de horas pasadas, de sentimientos menudos, tedios, felicidades, incertidumbres, vanaglorias, náuseas de uno mismo, o bien las que se inventan, en las que se corta por lo sano y todo parece fácil, pero después cuanto más se disparata más advierte uno que vuelve a hablar de las cosas que le han ocurrido y que ha comprendido en realidad viviendo.
Cosimo estaba aún en esa edad en que las ganas de contar dan ganas de vivir, y se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo, y así se marchaba de caza, estaba fuera semanas enteras, luego regresaba a los árboles de la plaza sosteniendo por la cola garduñas, tejones y zorros, y contaba a los ombrosenses nuevas historias que, al contarlas, de verdaderas se volvían inventadas, y de inventadas, verdaderas.

  • Italo Calvino, El barón rampante, traducción de Esther Benítez, Siruela, 1998 (10.ª ed., 2003), p. 155. El pasaje sobre la narración es demasiado extenso para citarlo aquí, pero vale la pena y recomiendo su lectura completa (pp. 153-155).

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