Cosimo estaba aún en esa edad en que las ganas de contar dan ganas de vivir, y se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo, y así se marchaba de caza, estaba fuera semanas enteras, luego regresaba a los árboles de la plaza sosteniendo por la cola garduñas, tejones y zorros, y contaba a los ombrosenses nuevas historias que, al contarlas, de verdaderas se volvían inventadas, y de inventadas, verdaderas.
- Italo Calvino, El barón rampante, traducción de Esther Benítez, Siruela, 1998 (10.ª ed., 2003), p. 155. El pasaje sobre la narración es demasiado extenso para citarlo aquí, pero vale la pena y recomiendo su lectura completa (pp. 153-155).
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